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CLUB DE LECTURA
Arden los montes»
Eulalia Teresa Rodríguez
El aire huele a resina herida, a humo que muerde los pulmones, a memoria que se deshace en ceniza. Arden los pinos como antorchas inútiles, Arden los castaños que guardaban la sombra de los abuelos, Arden las Médulas, donde la tierra se abre como un corazón antiguo que late todavía bajo la llama.
No arde solo la hierba seca: arde el abandono.
Arde la desmemoria de un país que se olvidó de mirar al monte salvo cuando se tiñe de rojo y negro. Arde la negligencia de manos que descuidan, la codicia de quienes incendian, la sequía que aprieta como un puño cerrado.
El fuego avanza, voraz, nuevo, indomable. No es ya una hoguera que se apaga con cubos de agua; es un monstruo que devora aldeas, asedia carreteras, arrincona a los hombres que, con valor tratan de contener su furia. En cada chispa se juega la vida, en cada llamarada se mide la impotencia.
Pero el monte no es solo lo que arde. El monte es semilla, es refugio, agua que brota, senderos de infancia, patria silenciosa de todos. Le dimos la espalda, y ahora, al verlo arder, fingimos sorpresa.
Quizá la verdadera ceniza no sea la que cubre los troncos calcinados, sino la que cae sobre nuestra conciencia. Porque el monte no muere solo: muere con él la raíz de nuestra memoria, el latido verde que nos sostenía.
Cuidarlo no es un gesto romántico: es supervivencia. Recordarlo no basta: hace falta habitarlo, vigilarlo, amarlo. De lo contrario, un día, cuando volvamos la vista al horizonte, ya no habrá monte que arda. Solo quedará un silencio gris, y un país vacío de sí mismo.
Eulalia Teresa Rodríguez

