El cadáver de Héctor Lejárrega acaba de aparecer en su
biblioteca, con un tiro en la sien. Estoy en una casa de familia acomodada y corre el año 1936, en Buenos Aires.
Así comienza el juego de Clara Obligado con un lector confiado en que, lo que acaba de caer en sus manos, es una novela policiaca. El asunto es que lo es, pero no una al uso, no: la obra de Obligado, compuesta por una sucesión de relatos, se puede leer linealmente –“del tirón”- pero también se debe someter a una segunda lectura, en la que el lector tiene que dejarse llevar por el azar a la hora de elegir relato, pues cada uno de ellos es un micro mundo, sin aparente conexión.
Clara Obligado muestra la historia de una familia a través del tiempo -desde mi punto de vista, el gran personaje de esta novela-, al que somete parándolo en un instante u obviándolo en un lapso mágico de cuarenta años. Nada importa ya quién haya hecho qué pues uno va descubriendo que lo que le atrapa de esta novela es la magia de la palabra, la delicia de contar.
La autora parece gozar del privilegio que le concede poseer una pluma eficaz en el tratamiento de los ambientes y las tramas y en la capacidad asombrosa de recrear una arquitectura de filigrana, que va vinculando a los personajes y sus circunstancias, ahora en lo que parece un micro relato y después, en una novela negra, con un cuidado exquisito, como quien teje: nada sobra. Nada falta.
Clara Obligado muestra –como en un muestrario de virtuosismo literario- un dominio de la herramienta, de la palabra; juega, experimenta con ella, la somete (su uso de los determinantes en presente, mientras la trama se desarrolla en un pasado remoto, merece que alguien le haga una ovación a esta mujer). Te lleva de la mano a lo largo de su libro hasta llegar al final, donde te espera paciente para explicar todo o nada. Para traerte de nuevo a la realidad.
Conocer a Clara Obligado, a la que ya admiraba por su labor docente en los Talleres de Escritura Creativa que dirige en Madrid, ha sido una suerte muy grande y un privilegio que, sin la intervención de Izaskun y su Librería de Mujeres, en S/C de Tenerife, hubiera sido imposible.
Gracias a ella y a la tarea que lleva a cabo desde allí y a su altísimo nivel como anfitriona acogedora y atenta. Y también gracias al Club de Lectura de la Asociación Pablo Freire por hacerme sentir parte de un proyecto muy hermoso.
¡Ah! Una única cosa que me disgustó, después de conocer a Clara: que Madrid me quede tan lejos.
Blanca Villa Glez.
Momentos de la tertulia con Clara Obligado en la Librería de Mujeres de Santa Cruz