CERVANTES AYER, HOY Y SIEMPRE

 La  actualidad de Cervantes
El coloquio de los perros

El coloquio de los perros es la última de las doce Novelas Ejemplares de Miguel de Cervantes.

GIBERNAU COLOQUIO PERROS

Esta novela es en realidad un texto que uno de los personajes de la novela anterior El casamiento engañoso, da a leer a un amigo. Así pues, las dos novelas forman una unidad.
Los protagonistas son dos perros: Berganza  y Cipión que por una noche pueden hablar y entablan un coloquio.
Enlace externo:
Aspectos autobiográficos de Cervantes
 en «El coloquio de los perros»

Hemos destacado por su actualidad los siguientes fragmentos:

CIPIÓN.- Si eres discreto o lo quieres ser nunca has de decir cosa de la que debas dar disculpa.

BERGANZA.- La humildad es la basa y el fundamento de todas las virtudes y sin ella no hay alguna que lo sea .

BERGANZA.- Ambición es, pero ambición generosa, la de aquel que pretende mejorar su estado sin perjuicio de tercero.
CIPIÓN.- Pocas o ninguna vez se cumple con la ambición que no sea con daño de tercero.

 CIPIÓN.-Advierte, Berganza, no sea tentación del demonio esa gana de filosofar que dices te ha venido, porque no tiene la murmuración mejor velo para paliar y encubrir su maldad disoluta que darse a entender el murmurador que todo cuanto dice son sentencias de filósofos, y que el decir mal es reprehensión y el descubrir los defetos ajenos buen celo. Y no hay vida de ningún murmurante que, si la consideras y escudriñas, no la halles llena de vicios y de insolencias. 

  BERGANZA.-Seguro puedes estar, Cipión, de que más murmure, porque así lo tengo prosupuesto. «Es, pues, el caso, que como me estaba todo el día ocioso y la ociosidad sea madre de los pensamientos, di en repasar por la memoria algunos latines que me quedaron en ella de muchos que oí cuando fui con mis amos al estudio, con que, a mi parecer, me hallé algo más mejorado de entendimiento, y determiné, como si hablar supiera, aprovecharme dellos en las ocasiones que se me ofreciesen; pero en manera diferente de la que se suelen aprovechar algunos ignorantes.» Hay algunos romancistas que en las conversaciones disparan de cuando en cuando con algún latín breve y compendioso, dando a entender a los que no lo entienden que son grandes latinos, y apenas saben declina un nombre ni conjugar un verbo.
CIPIÓN.- Por menor daño tengo ése que el que hacen los que verdaderamente saben latín, de los cuales hay algunos tan imprudentes que, hablando con un zapatero o con un sastre, arrojan latines como agua.
CIPIÓN.-Pues otra cosa puedes advertir, y es que hay algunos que no les escusa el ser latinos de ser asnos.
 CIPIÓN.-Para saber callar en romance y hablar en latín, discreción es menester, hermano Berganza.

 BERGANZA.- ¡Mucho pueden las dádivas Cipión!
BERGANZA.- Acuérdome que cuando estudiaba oí decir al precetor un refrán latino, que ellos llaman adagio, que decía: Habet bovem in lingua .
 BERGANZA.-Este latín viene aquí de molde; que has de saber que los atenienses usaban, entre otras, de una moneda sellada con la figura de un buey, y cuando algún juez dejaba de decir o hacer lo que era razón y justicia, por estar cohechado, decían: »Este tiene el buey en la lengua».

BERGANZA.- {…}  Que esto del ganar de comer holgado tiene muchos aficionados y golosos

 CIPIÓN: Mira, Berganza, nadie ha de meterse donde no lo llaman, ni ha de querer ejercer un oficio que en ningún caso le toca. Has de considerar que nunca el consejo del pobre, por bueno que sea, ha sido admitido, ni el pobre humilde ha de tener la presunción de aconsejar a los grandes y a los que piensan que lo saben todo. La sabiduría en el pobre está ensombrecida; que la necesidad y la miseria son las sombras y nubes que la oscurecen y, si acaso se descubre, la consideran necedad y la tratan con menosprecio.

 BERGANZA: Tienes razón, y de aquí en adelante seguiré tus consejos. Entré asimismo la otra noche en casa de una señora principal, que tenía en los brazos una perrilla de esas que llaman de falda, tan pequeña que podía esconderla en el seno; la cual, cuando me vio, saltó de los brazos de su señora y arremetió contra mí ladrando, y con tal arrojo que no paró hasta morderme una pierna. Volví a mirarla con una mezcla de respeto y fastidio, y dije para mí: «Si yo te encontrara en la calle, animalejo ruin, no haría caso de ti o te haría pedazos entre los dientes». Consideré en ella de que hasta los cobardes y de poco ánimo son atrevidos e insolentes cuando son favorecidos, y se adelantan a ofender a los que valen más que ellos.