CLUB DE LECTURA. COMENTARIO

Veinticuatro horas en la vida de una mujer

Stefan Zweig         
Stefan Zweig
   Biografía

 

 

Veinticuatro horas en la vida de una mujer
Comentario

El autor parte de una anécdota para criticar la moral burguesa de entreguerras. Sitúa la acción en un hotel de la Riviera, donde ocurre un suceso que rompe la tranquilidad de sus huéspedes: Mm. Henriette, mujer casada y con dos hijas se fuga con un joven francés al que conoció el día anterior. Este hombre reúne todas las características que gustan a la buena sociedad de la época: buen conversador, educado, atractivo e inteligente. En la comida se condena la conducta de la señora, a excepción del narrador que defiende la libertad de la mujer a elegir una vida que no la haga desgraciada. En este momento, una anciana inglesa le cuestiona la encendida defensa, preguntándose si una mujer puede lanzarse a una aventura movida por un impulso desconocido y que si por ello hay que hacerla responsable. Realmente esta anécdota es el pretexto que utiliza el autor para contar la historia de la anciana inglesa, que ha elegido al narrador apropiado porque sabe que no la va a juzgar ni a condenar, es por lo tanto el interlocutor válido para confesar un secreto que ha mantenido guardado durante veinticuatro años. Así pues, lo invita a subir a su habitación, lejos de las miradas de los otros y le relata lo sucedido. Ella también arriesgó su reputación por un desconocido cuando tenía cuarenta y dos años. Hacía dos años que se había quedado viuda, se encontraba muy sola y en el casino de Montecarlo observa que un joven jugador lo pierde todo. Está convencida de que tiene que ayudarlo porque teme que se vaya a suicidar y en este empeño, contraviene todas las normas establecidas. Mantiene relaciones sexuales con un hombre mucho más joven que ella y que acaba de conocer. Le da dinero para que salde sus deudas. Es más, si él le hubiera pedido que lo siguiera hasta el fin del mundo, no habría vacilado en deshonrar su nombre y el de sus hijos. Mrs.C, de repente se ve inmersa en una situación desconocida que escapaba al sentido común y a su voluntad, pero aún así, trata de encontrar sentido a su comportamiento con argumentos morales que lo justifiquen: ella se cree capaz de cambiar la vida del ludópata, su objetivo es salvarlo. Por otra parte piensa que no se la puede culpar por sus acciones porque estas han sido impulsadas por la pasión. Finalmente agradece la comprensión del narrador porque con la confesión se ha liberado de su pasado que tanto la angustiaba.

Stefan Zweig es un escritor que describe muy bien la psicología de sus personajes femeninos porque sabe y comprende las debilidades humanas. En efecto, en este relato tenemos muestras de su mentalidad abierta y el respeto a las decisiones que toman los personajes, que movidos por la pasión, son capaces de obrar según les dicta su voluntad y romper con todas las normas sociales.
Los falsos prejuicios de la sociedad burguesa cosmopolita de principios del S.XX y la adicción al juego, temas centrales de este relato, se trataron ampliamente en la tertulia. Nos han parecido formidables las descripciones; tanto de los personajes, como de los ambientes y paisajes. Las hemos leído con detenimiento fijándonos en la  utilización de la adjetivación, comparaciones y metáforas que emplea. Creemos oportuno reproducir un ejemplo y hemos elegido la de las manos del joven ludópata porque nos parece bastante relevante para entender la personalidad de este personaje. “ En aquel momento vi dos manos-crea que me sobresalté-, la derecha y la izquierda, como nunca había visto; dos manos convulsas que, como animales furiosos, se acometían una a otra, dándose zarpazos y luchando entre sí de tal modo que las articulaciones de los dedos crujían como el ruido seco de una nuez cascada. Eran manos de una singular belleza, extraordinariamente largas y estrechas…, pero lo que especialmente me impresionó fue aquel frenesí, aquella manera de luchar una con otra. Enseguida adiviné ante un hombre abrumado que contenía todo su sufrimiento con la punta de los dedos para no dejarse aniquilar por él” (Pág. 34)

                                                                                                   Emilia Méndez Pérez