CLUB DE LECTURA. COMENTARIO

El País. Jaime Navarro

La virgen de los sicarios, Fernando Vallejo

El libro que comentamos este mes en la tertulia nos sitúa en Colombia en el año 1993. Si recordamos las noticias internacionales de aquella época, la violencia y la corrupción se habían instalado en este país y no nos asombraba leer en la primera página de la prensa los asesinatos perpetrados por el narcotráfico. Pues bien, Vallejo en esta novela escribe sobre esto y se muestra implacable. El relato comienza con el regreso del narrador a su Medellín natal después de muchos años de ausencia. Conoce bien los lugares en los que se desarrolla la acción, pero se encuentra con una ciudad desconocida, que ha perdido su esencia y siente nostalgia de lo que vivió en el pasado, en su infancia, recordando especialmente los pesebres que hacían en Sabaneta la víspera de la Navidad y de los globos de papel de China. El presente para este hombre viejo se le hace difícil, incluso piensa en el suicidio como opción para acabar con su vida. Pero lo supera con el amor. Este intelectual  descubre las comunas y los ambientes que frecuentan los sicarios de Medellín cuando conoce a sus amantes. Primero se enamora y convive con Alexis, “su ángel de la guarda, ángel exterminador, portentosa máquina de matar”,  hasta que muere a manos de otro sicario. Luego se une a Wílmar, “mi niño, el único”, que tendrá el mismo fin. La jerga delictiva, el crimen y el amor extremo confluyen en la trama narrativa y para ello utiliza un español en el que se unen el lenguaje literario y el argot de los sicarios.

Acompañado por sus amantes recorre Medellín, “capital del odio, corazón de los vastos reinos de Satanás” y nos va contagiando su desasosiego al describir la realidad que observa. La muerte lo abarca todo. Sobrevivir es un milagro porque tanto Alexis como Wílmar van matando y él se convierte en cómplice de esos asesinatos. Todo le irrita y en sus críticas deja  constancia de ello. Empieza por Dios, la iglesia, la peregrinación de los jóvenes sicarios los martes a Sabaneta para pedir protección a la Virgen niña María Auxiliadora, las ciento cincuenta iglesias sin contar las de las comunas, la procreación de los pobres, los treinta y cinco mil taxis, el fútbol, el ruido, los vallenatos, la impunidad de los narcos, los políticos corruptos…En fin, que exceptuando la defensa y el amor que profesa a los animales, las impresiones que transmite de su país, así como los juicios de valor sobre la vida son descarnados y excesivos.

Los recursos que emplea son los siguientes: el narrador se dirige con frecuencia al lector. En algunos casos para explicar el significado del argot de las comunas: “el fierro”, revólver; “te lo quiebro”, te lo mato. En otros para hacerlo partícipe: “Lo que yo dije y ustedes son testigos fue…”

Hipérbole: “Atracan los bautizos, las bodas, velorios, entierros, matan en plena misa. Hubo un día en que mataron ciento setenta y tantos y trescientos este fin de semana.”

Ironía: “Con la muerte de Escobar se acabó la profesión de sicario, otra institución nuestra que se nos va. En el naufragio de Colombia, en esta pérdida de nuestra identidad, ya no nos va quedando nada”.

Enumeración: “Mis conciudadanos padecen de una vileza congénita, crónica. Esta es una raza ventajosa, envidiosa, rencorosa, embustera, traicionera, ladrona: la peste humana en su más extrema ruindad”.

Esta lectura ha resultado perturbadora y así lo manifestamos en la tertulia. Más que la trama en sí, valoramos el uso del lenguaje y recursos expresivos, así como la crónica de los años difíciles que sufrió Colombia.

                                                                               Emilia Méndez Pérez