Hamnet, Maggie O´Farrell
El título de esta novela nos ha llamado la atención, ¿por qué Hamnet y no Hamlet?, sin embargo desde las primeras páginas hay referencias históricas que lo aclaran: “En la década de 1580, una pareja que vivía en Henley Street (Stratford) tuvo tres hijos: Sussanna, Hamnet y Judith, que eran gemelos.
Hamnet, el niño, murió en 1596 a los once años.
Cuatro años más tarde su padre escribió una obra de teatro titulada Hamlet.”
“Hamnet y Hamlet son en realidad dos formas intercambiables de un mismo nombre, según consta en los anales de Stratford de finales del siglo XVI y principios del XVII”.
Para recrear la historia familiar de Shakespeare la autora recurre a la investigación y documentación comprobando que hay pocos datos en las biografías del dramaturgo. Esto la lleva a imaginar cómo sería la vida de esta familia y si la muerte de sus hijo lo inspiró para escribir una de las obras literarias más famosas. Por lo tanto ficción y realidad se unen en esta novela que está estructurada en dos partes; ambas precedidas de unos versos de la obra, Hamlet.
La primera parte es más extensa y hay dos planos narrativos que se entrecruzan y se siguen dos líneas temporales. Una cuando Judith, la gemela de Hamnet enferma de peste y la otra la historia de sus padres. La segunda parte sigue una disposición temporal lineal y narra el duelo por la muerte del hijo. O´Farrell imagina a una pareja que se quieren y están enamorados. Ella es mayor que él y se casan porque está embarazada. Describe cómo se conocieron, la vida en una granja, el entorno de Angnes y su familia y también la opresión que sufre Shakespeare por el carácter autoritario de su padre, fabricante de guantes. Cuando ya tenían una hija y esperaban el nacimiento del segundo, el marido se trasladó a Londres para extender el negocio familiar con la idea de llevarlos allí cuando le fuera posible. Esto nunca ocurrió. Ganó mucho dinero como dramaturgo que invirtió en Stratford y estaba con su familia un par de veces al año. En las dos partes de la novela hay secuencias narrativas extraordinarias. Señalaré dos: la primera, la protagonizada por la pulga que viaja desde Alejandría hasta llegar a Stratford y que trajo la peste que causó la muerte de Hamnet. (No existe documentación sobre la enfermedad que motivó la muerte del pequeño, pero debido a la pandemia tan extendida en la época y que el dramaturgo no la menciona en ninguna de sus obras, la autora cree que fue así. La segunda secuencia que destacaría ocurre tras la muerte del hijo. Sabemos cómo lo está sobrellevando Agnes, pero ignoramos cómo le ha afectado al padre la pérdida del hijo porque después del entierro regresa a Londres a seguir su vida, sus tareas en el corral de comedias. Palpamos el sentimiento de culpabilidad de una madre, que ha curado con sus plantas a muchos, que ha sido capaz de presentir la muerte en otros, sin embargo todos estos conocimientos no le sirvieron para salvar a su hijo y esto la somete a una gran depresión y abandono. Tampoco soporta el sufrimiento de Judith, la gemela de Hamnet. Y llega el momento culminante de la novela, que tiene lugar cuando Agnes decide ir a Londres a ver la representación de un drama que lleva el nombre de su hijo. Al principio le parece un insulto a la memoria de su hijo, pero cuando entiende el sentido de la obra, puede reconciliarse con su marido y con su dolor. En la obra de teatro el padre le ha devuelto la vida al hijo.
Añadiremos que nos ha gustado la elección de un narrador omnisciente para relatar la historia, así como la caracterización de los personajes, pero lo sorprendente es que optara por Agnes como protagonista y que en ningún momento se mencione al dramaturgo por su nombre o apellido, sino que se alude a él como: el hijo, el hermano, el marido, padre, preceptor de latín. Agnes, la esposa de Shakespeare es una mujer singular. Tiene mala fama en la región porque puede ver el futuro y por su capacidad para sentir la presencia de los muertos, pero en lo que más destaca es en su conocimiento de las plantas medicinales. Es una delicia las secuencias en las que va por el bosque recogiendo hierbas para hacer pociones. Nos familiarizamos con las plantas y el poder curativo de las mismas: para la irritación del contorno de los ojos, tintura de manzanilla y eufrasia. Para hacer cataplasmas usaba genciana y angélica montana, empleaba escaramujo para preparar jarabe para la tos y los resfriados. Elixir de salvia, infusión de de apio de monte y retama…
Terminaremos este comentario incluyendo una descripción, un elemento que abunda en esta novela y que nos atrae por la utilización del lenguaje sensorial y los recursos estilísticos adecuados.
“Una habitación. Larga y estrecha, con losas muy juntas, pulidas como un espejo. Un grupo de gente se apiña junto a una ventana, se miran unos a otros, hablan en voz baja. Han corrido las cortinas, por eso hay poca luz, pero alguien ha abierto la ventana, solo una rendija. Una brisa recorre la estancia, mueve el aire de dentro, juega con los tapices de la pared, con el paño de la repisa de la chimenea, y trae consigo el olor de la calle, polvo del suelo, un leve aroma de empanada de un horno cercano, el dulzor punzante de manzanas caramelizadas”.
Emilia Méndez Pérez