SEDA, Alessandro Baricco
En 1861, Hervé Joncour, el protagonista de esta historia vive en Lavilledieu, una
localidad francesa dedicada a la fabricación de seda. Su trabajo consiste en comprar y
vender gusanos de seda para abastecer a la industria local. Por este motivo viaja en
cuatro ocasiones a Japón. En aquella época viajar hasta allí es como hacerlo al fin del
mundo porque el país lleva más de dos siglos cerrado a los extranjeros para preservar
sus valores tradicionales, manteniendo aislados su cultura y modos de vida.
Después de leer y comentar esta obra, la primera duda que nos asalta es adscribirla a un
género literario concreto. Hasta el propio autor incide en esta idea, pues cuando Baricco
presentó Seda en Italia lo hizo con estas palabras: “Esta no es una novela. Ni siquiera es
un cuento. Esta es una historia. Empieza con un hombre que atraviesa el mundo, y acaba
con un lago que permanece inmóvil, en una jornada de viento. Es una historia que
utiliza los recursos propios de la literatura oral, contada como si se tratara de una fábula
o leyenda. El lenguaje que emplea es poético, conciso, breve y sugerente. Hay una
transgresión de la sintaxis y de los signos de puntuación. La estructura también es
peculiar, ya que consta de sesenta y cinco capítulos, más bien secuencias narrativas, por
la escasa extensión que ocupan. Desde las pocas líneas de la secuencia cuarenta y
nueve: “Solamente silencio a lo largo del camino. El cuerpo del chico en el suelo. Un
hombre arrodillado. Hasta las últimas luces del día”. (Pág. 95), hasta las dos páginas de
las secuencias más largas. En el relato predominan las secuencias narrativas y
descriptivas, mientras que los diálogos son casi inexistentes; exceptuando las
conversaciones que mantuvo con Baldabiou o con Madame Blanche.
Recursos estilísticos utilizados en la obra:
Descripciones de escenas que parece que se observa un cuadro: “ La vegetación se abrió
por un instante , como una ventana al borde del sendero. Se veía un lago una veintena
de metros más abajo. Y en la orilla del lago, tendidos en el suelo, de espaldas, Hara Kei
y una mujer con un vestido de color naranja, el pelo suelto sobre los hombros… Sus
ojos no tenían sesgo oriental, y su cara era la cara de una muchacha joven”. (Pág. 40)
Son constantes las repeticiones de oraciones y párrafos enteros. Citaremos algunos
ejemplos, como las que encontramos en las secuencias una y once: “Era 1861, Flaubert
estaba escribiendo Salambô, la luz eléctrica era todavía una hipótesis y Abrahan
Lincoln, al otro lado del océano, estaba combatiendo en una guerra cuyo final no vería”.
O esta otra, en las secuencias ocho y once: “ ¿Dónde queda Japón? Siempre recto hasta
el fin del mundo”. En cada uno de los viajes que realizó el protagonista a Japón, se nos
repite el itinerario de ida y vuelta que ha seguido con todo lujo de detalles; desde los
países que va recorriendo hasta el tiempo que tarda en hacerlo. Nos ha parecido muy
significativa la que aparece en las secuencias sesenta y sesenta y cinco que puede
reflejar la melancolía y el toque de irrealidad con los que el autor ha caracterizado a
Hervé Joncour: “ En los días de viento bajaba hasta el lago y pasaba horas mirándolo,
puesto que, dibujado en el agua, le pareció ver el inexplicable espectáculo, leve, que
había sido su vida”.
Metáforas: “Pirotécnica explosión de alas y nubes de colores disparada en la luz y de
sonidos asustados, música en fuga, volando en el cielo”.
Emilia Méndez