La novela empieza con una escena sobrecogedora: un niño que huye y se esconde mientras lo persiguen el alguacil y sus dos ayudantes. El lector asiste a su miedo y angustia mientras el tiempo transcurre lentamente. Del niño no sabemos ni su nombre ni el motivo que lo ha obligado a huir, es a través de sus recuerdos como se va desvelando la angustia que lo atormenta. También desconocemos los nombres de los lugares donde transcurren los hechos y de los personajes.
Este es un relato lineal y un narrador omnisciente nos cuenta que vivía en un pueblo que fue próspero, pero que sus vecinos se vieron obligados a emigrar a causa de la sequía. Como su familia no emigró llevan una existencia en el pueblo en condiciones extremas donde impera la violencia.
En su huida hacia el Norte se encuentra con un viejo cabrero que lo ayuda y lo guía en su búsqueda de un lugar más seguro. Caminan días y días por lugares inhóspitos acosados por sus perseguidores y sufriendo hambre, sed y miseria. En este recorrido el cabrero le enseñará lo indispensable para que pueda sobrevivir.
Acaba con una escena muy violenta, pero el niño continúa su camino hacia el Norte y por fin llueve: “Luego volvió a la puerta y allí permaneció mientras duró la lluvia, mirando cómo Dios aflojaba por un rato las tuercas de su tormento”.
Este libro narra escenas muy crudas, pero destacamos el lirismo de sus descripciones del paisaje árido: plantas, insectos, olores y colores de la tierra, el sol tórrido… utilizando un léxico brillante.
Emilia Méndez