CLUB DE LECTURA. COMENTARIO

La isla del fin del mundo, Selena Millares
Corre el año 1783 cuando el narrador de esta novela, Aidan Fitzwater, un joven de diecinueve años embarca en el Hibernia dejando atrás su Irlanda natal. Lo mueve la búsqueda de una utopía, la isla de San Brandán. En ese viaje de iniciación que dura un año busca su lugar en el mundo. Conoce a su primer amor y se va formando a través de las experiencias vividas.
El libro se inicia con tres citas en las que se defiende la espiritualidad, la imaginación y los ideales y le siguen siete capítulos. Comienza contando su historia en la isla de El Hierro y se dirige a una interlocutora, su amada para intentar a través de sus recuerdos entender quién es él y cuál es su historia: “No sé si soy un resucitado o un recién nacido, ni en qué vida he vuelto a nacer. Pero no olvido”. Hasta llegar a ese destino ha protagonizado una serie de aventuras y desventuras de las que hace partícipe al lector. Se trata de una novela itinerante y en ese viaje de formación nos muestra el recorrido que hace. Parte del puerto de Waterford hasta Burdeos. Pronto
muestra su inclinación por la navegación y cuenta con el apoyo del capitán del barco y de otros marineros. Conoce el tráfico de mercancías en las que se camuflan los libros prohibidos, “el comercio de ébano”, eufemismo para referirse al tráfico de esclavos.
Desde allí continúa hasta Madrid, pues quiere informarse mejor sobre la isla de San Brandán a través de los conocimientos de Viera y Clavijo. Luego parte hacia Cádiz para embarcar de nuevo rumbo a Tenerife donde lo acoge un tío. Es denunciado por tener libros prohibidos y sufre la cárcel del Santo Oficio. Cuando ya parecía que su vida estaba encauzada y le empezaban a ir mejor las cosas, tiene que hacer un viaje hasta El Hierro, donde se consuman todas las adversidades del protagonista.
Es una obra muy bien construida desde distintos puntos de vista. Destacamos en primer lugar el contexto histórico que elige. Finales del S.XVIII, en los años previos a la revolución francesa. El deseo de conocimiento, las ideas de libertad, igualdad y fraternidad que recorren Europa circulan en los libros prohibidos por la Inquisición y viajan a España y América de forma clandestina en la mercancía que transporta el
Hibernia. Por lo tanto el joven protagonista tiene acceso a ellos y se empapa de Voltaire, Rabelais y del libro erótico más demandado de la época: Teresa filósofa.
Todos los hechos relevantes que se narran son reales, ocurrieron en la época en que transcurre la novela y se funden perfectamente en la trama. El que más nos impresionó fue la masacre a unos inmigrantes irlandeses con destino a América y que fueron abandonados en la isla de El Hierro. Además se introduce la voz de otros narradores, como por ejemplo el episodio de la invasión de La Habana por los ingleses, un hecho real en el que un personaje, Pedro, el cocinero del barco participa en la ficción de forma activa. Igualmente resulta atractivo los encuentros de Aidan en
Madrid con Viera y Clavijo y con los italianos Pellegrini (conde Cagliostro) y Pratolini (Casanova). Es decir, que un personaje de ficción dialoga y recibe consejos de estos personajes históricos. Además incluye relatos que le cuentan otros personajes, como su tío Andrew que sabía el de la monja blasfema Sor Agustina de San José. Por otra parte, se nota que la autora además de novelista es poeta. Su prosa destila lirismo. Las descripciones del paisaje isleño, la utilización del léxico marinero y el empleo de canarismos cuando el protagonista ya llega a Tenerife son un acierto. Veamos algunos
ejemplos. La plaga de langostas que devastó a la isla, la autora lo describe con estas imágenes: “Eran una lava ardiente que todo lo destruía, y que con su llegada parecía convocar un repentino eclipse de sol.” (pág. 175).
Las impresiones del narrador cuando está en Tenerife: “Estaba deslumbrado por aquel paisaje selvático de jaras y mirtos, de robles y laureles, de viñedos y frutales. En la exuberancia de aquella vegetación convivían las tabaibas y cardones con las camelias y buganvillas, en un fastuoso manto vegetal”. (Pág. 151).

 Emilia Méndez Pérez